Reina por un día
PUBLICADO EN LA VERDAD EL DOMINGO 12 DE JULIO DE 2015
Durante
toda mi infancia y buena parte de mi juventud, una de mis mejores amigas fue una
compañera del cole de larga melena rubia y cutis perfecto. Compartimos discos, amores,
desengaños, vino de pasas y caladas de cigarrillos; ella con sus piernas kilométricas,
sus pómulos sobresalientes y su melena Timotei; yo con mis jamones paticortos,
mi cara de pan del campo y mis ondas indomables. Cuando llegábamos a un bar, a la
rubia le bastaba desplegar una sonrisa para que todos los parroquianos pasaran
de beber a babear, mientras que servidora tenía que hablar de fútbol, trincar
vodka a palo seco y hacer un doble mortal con tirabuzón para poder captar la
atención de los tíos (y ni así). Éramos como Uma Thurman y Janeane Garofalo en
“La verdad sobre perros y gatos”, solo que mi rubia, además, era lista. Acabó
su carrera, encontró trabajo, se casó y tuvo dos hijos (altísimos, claro). Y fue
feliz. Yo también lo soy, pero les aseguro que es más fácil serlo midiendo 1’80
y usando una 38. La felicidad va por tallas, no por barrios.
Y si la
felicidad se mide en centímetros, María José Besora tiene que ser la reina del
mambo. Porque Pipi, como la llamaban en casa, creció alta y delgada hasta
alcanzar el 1’81 mientras estudiaba estética y trabajaba como modelo, azafata y
camarera. En 1997, Besora se presentó a Miss Murcia y ganó, lo que la llevó a Miss
España como representante de esta nuestra comunidad. Era 1998, y Mónica Naranjo
llevaba el pelo bicolor, a Andrés Pajares todavía se le entendía al hablar y la
región se presentaba al mundo con las galas de “Murcia, ¡qué hermosa eres!”,
ideadas impunemente por Ruiz Vivo. Es lo que tienen los fines de milenio, que
son apocalípticos. Y es lo que tiene Murcia, que pasamos de la exaltación de
los gurullos con conejo y caracoles a la transvanguardia de la posmodernidad en
un quítame allá ese consejero.
En ese
escenario temporal, María José hizo la maleta con bañadores y trajes de noche,
cogió la brujita que sus amigos le habían regalado como amuleto y se largó a
Roquetas de Mar para participar en Miss España. Y se encontró con el mundo “miss”,
un mundo cursi, hortera y cruel de marcos incomparables, vestidos inenarrables,
jurados que hacen preguntas sin fuste y participantas que siempre
hablan de la paz en el mundo. Pero
Besora ganó, y en Miss España se lió: las sospechas de tongo, que ya habían
comenzado el año anterior al vencer Inés Sáinz (una vasca que no convenció a
nadie porque tenía más pinta de aizkolari que de modelo), ensombrecieron su reinado
desde el primer momento. En contra de la murciana se esgrimió que se había
operado la nariz (hecho considerado delito de lesa majestad por las normas de
organización de Miss España) y que, además, había salido de la cantera de María
Elena Dávalos, algo peor que ser discípula de Charles Manson. La polémica que
se montó fue alimentada por misses regionales y programas varios, alcanzando su
culmen en un especial presentado por Santi Acosta en el que un reportaje de El
Mundo TV revelaba cómo una periodista había conseguido ser Miss Alicante tras
acordar con Dávalos la compra del título. Y aquello ya fue el acabose. Ya ven:
yo no hubiera ganado Miss Lo Poyo ni sobornando al jurado.
Besora
aguantó como pudo la corona y la polémica. Concursó en Miss Universo, pero no
se clasificó entre las finalistas (normal, iba vestida con trajes de Carlos
Arturo Zapata, el colombiano que perpetró el vestido de novia de Rocío Jurado).
Tras acabar su reinado, la murciana mantuvo un perfil bajo, quedando fuera de
los radares de los paparazzi y sin darnos material que llevarnos a la tecla: a
pesar de que fue Miss Perla Cultivada, no soltó ninguna ídem al estilo
Mazagatos, ni se enrolló con ningún empresario decrépito, ni estuvo envuelta en
líos de gataperrismo, ni presentó ningún programa de José Luis Moreno. Llevó esa
vida ciclotímica de ex miss que oscila entre ser madrina de un centro comercial,
posar en fotocoles, desfilar en Cibeles o hacer teatro con Fernando Esteso.
Intentó
hacerse hueco en televisión participando en “La isla de los famosos” de Antena
3, con un “Dream Team” que hace que los tertulianos de “Sálvame” parezcan el
Círculo de Viena: Daniela Cardone, Máximo Valverde, Nani
Gaitán, Paola Santoni y otros sospechosos habituales de principios de siglo
participaron en el concurso. Pero con la mala suerte que tiene la cadena para los realities (baste
recordar “Confianza ciega” o “Estudio de actores”, presentados por Juan Ramón
Lucas, gafe de reconocido prestigio), Besora tampoco encontró allí su
oportunidad.
Años
después, la modelo reapareció en Dubai con un novio piloto y, embarazada de
tres meses, posó en Interviú en las fotos más castas que se recuerden desde el “quiero
y no puedo porque mi madre no me deja” que hizo Terelu Campos. Tuvo a su
pequeña Laila Juana y fue feliz (otra vez). Pero a Besora le tira mucho su
tierra: en lugar de hacer suyo lo de “Antes muerta que volver a la huerta”, sigue
viniendo por aquí a comerse un caldero, a ver a su Virgen de la Fuensanta o a
dar cursos en la escuela de imagen que dirige.
La
última vez que la vi estaba invitada en la “Sálvame Fashion Week”, en un desfile
donde Mila se mosqueó con Karmele porque le quitó sus zapatos y a Terelu le dio
un parraque; en fin, lo de siempre. Ahora, la ex miss tiene una cuenta en
Twitter donde se declara fan de Manuel Carrasco y escribe frases tan pastelosas
que convierten a Paulo Coelho en Bukowski. A Besora, un poco sosa, le ha
faltado ambición, o picardía, o suerte para terminar de triunfar, pero teniendo
ese tipazo es difícil no ser feliz. Y, encima, fue reina por un año. Yo no lo
he sido ni por un día.
1 comentario:
Tiene usted una virtud portentosa: provocar el deleite en quien la lee, da igual sobre lo que escriba. Jamás un Ocaso de las Mises me gustó tanto. Qué grande es (no digo alta, que ya ha avisado usted que no lo es).
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