PUBLICADO EL MARTES 30 DE JUNIO EN LA VERDAD
Paseando sola en mi
ciudad, a lo Betty Missiego, me topo con un extraño combo urbanístico: una
clínica de fertilidad junto a una de estética. Están pegaditas, tabique por
medio y en perfecta simetría, para que salgas recién fecundada por una puerta y
entres por la otra a pedir cita para operarte las tetas, el culo y el muslamen
antes de que el útero vuelva a su sitio, que las mujeres de hoy en día no
tenemos tiempo que perder. Acabáramos.
Hasta ahora, la única
ventaja de estar recién parida era que podías lucir los kilos cogidos durante
el embarazo sin sentir un solo gramo de culpabilidad: cubrías tu vacaburrez con una túnica hecha con la carpa de un circo
de tres previsistas, la justificabas con un “Es que acabo de parir” y chimpún. Pero
en los últimos tiempos ha surgido una nueva corriente cuya única misión en el
mundo es añadirnos más presión que una Coca-Cola mezclada con Mentos: abres una
revista y te salta a los ojos una famosa de chichinabo con un bebé en brazos bajo
el titular “Luce espléndida tras su reciente maternidad”. Yo, tras mi lejana
maternidad, lucía patética: con ojeras, con las tetas como badajos, con caderas
de mesonera y con la piel de la barriga tan estirada que podía haber forrado de
cuero los sillones de cualquier dictador ugandés. Y todo porque no me hice una “Mommy
Makeover”, una operación en la que, aprovechando la anestesia de la cesárea, te
recortan abdomen, te ponen las tetas en las amígdalas y te dejan cinturita de
avispa: entras a paritorio hecha una Venus de Willendorf y sales como una
escultura de Giacometti.
Naomi Wolf escribió
que “La dieta es el sedante más potente de la
historia de las mujeres”. Y, aunque a mí estar a régimen me pone de los
nervios, lo cierto es que mientras luchamos contra nosotras mismas
intentando ser más guapas y más delgadas, no nos rebelamos contra otras
tiranías. Por eso dejamos que nos fertilicen, nos recolecten y nos poden como
si fuéramos una mata de habas. Y en ello seguimos, que servidora es incapaz de
mostrar sus carnes morenas en la playa sin hacer recuento de estrías,
michelines y celulitis y sin preguntarse si no estaría mejor con un cortecico
por aquí y otro por allá. Arrabal se equivocó: lo que iba a llegar no era el
milenarismo, sino el gilipollismo.
1 comentario:
Yo, que soy un gran defensor de la mujer, siento un deseo terrible de regalar cheques de lobotomía a alguna fémina de ésas que, especialmente tras la maternidad, es la mayor enemiga del avance de la paridad.
A su hallazgo añadiría un tercer local adjunto: una bella clínica psiquiátrica (por supuesto, vegana).
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