PUBLICADO EN LA VERDAD EL MIÉRCOLES 13 DE AGOSTO DE 2014
Cuando era pequeña, me horrorizaba la hora de la siesta. Después de comer,
mi madre dejaba las persianas a media asta y el día se hacía noche. Y yo,
insomne por nacimiento y por convicción, me negaba a dormir. En cambio, ahora
es poner cinco minutos los pies encima de la mesa del café y quedarme eclipsá. Es
lo que tiene la vejez.
Las siestas de invierno son un coitus interruptus: te sientas, entornas
un poco los ojillos y, cuando estás cogiendo el sueño, te tienes que levantar. Cabezadas
rápidas destinadas a aguantar el medio día que aún te queda; siestas de
supervivencia, dalinianas: el pintor se dormía con las llaves en la mano y,
cuando se le caían, se despertaba con el ruido. En cambio, las siestas de
verano son como las de Cela, de pijama, padrenuestro y orinal; siestas largas de
las que te levantas sudadico y con un hilillo de baba colgando de la comisura;
siestas voluptuosas, gustosas, sensuales, de Sodoma y Modorra.
De lunes a viernes me quedo traspuesta viendo el “Sálvame”: pliego en
cuanto sale alguna gataperra diciendo que ha retozado con Amador en el ático de
Chipiona, que aquello tiene que ser como la Mansión Playboy, pero sin mansión y
sin playboy; más bien parece el prostíbulo de Doña Jesusa. Los fines de semana,
mi somnífero es un telefilme de Antena 3: siempre hay una madre de
alquiler, unos gemelos separados al nacer o una vecina loca amarga vidas,
siempre están basadas en hechos reales, siempre tienen títulos intensos como
“Huyendo del pasado” y siempre salen Melissa Gilbert o Tracey Gold, que los
telefilmes han sido la tabla de salvación de la mitad de los niños de las
series norteamericanas de los primeros ochenta (la otra mitad han acabado en una
secta evangélica). Y, lo mejor, es que da igual a qué hora abras el ojo: los
argumentos son tan complejos como un discurso de Jesulín, así que no pierdes el
hilo ni queriendo.
Decía Churchill que echar la siesta “es como disfrutar de dos
días en uno". Si eso es así, mi verano este año va a durar
sesenta días en lugar de treinta. Que yo, la siesta, no la perdono ni aunque
Rosa vuelva con Amador. Otra vez.
2 comentarios:
Cuánta razón tiene. La siesta se valora (y necesita) más con la edad. Además, no hay mejor momento para sacar el polvo -ya me entiende-.
Un abrazo enorme.
Claro que le entiendo ;)
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