Veo, veo
Yo ver, lo que se dice ver, ya veo poco: tengo que alejarme
tanto las cartas de los restaurantes para poder leerlas que voy a acabar
implantándome un gadgetobrazo. “Se llama presbicia”, me ilustra el médico. “Le
sale a las personas mayores”, continua el cachondo, tan listo y tan joven: oftalmólogo
con veintiséis años. Y servidora, con cuarenta y cuatro, todavía dando
bandazos. Me van a descubrir como joven promesa del columnismo cuando vaya con
andador.
En cambio a otras, como a Teresa Rabal, las descubren casi
en pañales: la niña Teresa hizo su debut cinematográfico en “Viridiana” con
nueve años. Es lo que tiene ser hija de dos actorazos como Paco Rabal y
Asunción Balaguer y que tu padre llame a Buñuel “Tío Luis”, que Buñuel te pide que
salgas en una peli, y sales. A mí una monja me pidió que saliera en una función
del colegio y todavía se está arrepintiendo. Fue un error de casting más
trágico que si eligen a Falete para interpretar un biopic de Nureyev.
Tras aquello, mi trayectoria como actriz se truncó, pero la
de Teresa Rabal comenzó a despegar: esta barcelonesa de nacimiento y aguileña de
convicción hizo carrera en el teatro (con quince años entró en la compañía de
Carlos Larrañaga y María Luisa Merlo) y en el cine. La joven Teresa actuaba,
salía, entraba y se enamoraba, que por aquel entonces se echó un novio que estudiaba
Económicas. Pero el día en el que la actriz vio a Eduardo Rodrigo cantando en
televisión, cayó rendida ante el argentino bohemio de mirada intensa y cambió
los números por las letras. Eduardo Rodrigo era conocido por "A María yo
Encontré", tema con el que había ganado el Festival de Benidorm en 1972,
en aquellos tiempos melódicos en los que Benidorm consagraba a artistas como
José Vélez o Dyango, mucho antes de que llegara un Jesulín prebelenístico con
su camisa imposible de Versace, sus patillas cortadas a hachazos y su “Toa,
toa, toa”, y se iniciara declive del festival.
Pero Eduardo no encontró a María, sino a Teresa, y juntos
formaron una pareja de enamorados intensos y cantarines, ya que la Rabal se
lanzó al mundo de la música con composiciones de Eduardo como “Soy Gigí” o “Yo
te quiero, Pablo”. Y la compenetración musical entre ambos era tal que, si ella
cantaba “Ustedes los hombres”, él le respondía con “Ustedes mujeres”. Una
guerra de sexos vía cancionero, al que sólo le faltó un “Ustedes y viceversa”.
Unidos por la música y por los pelos (Eduardo conserva un
tupé que ni El Puma hecho un pavo real, y Teresa, con su liso natural, es de
las que amanecen peinadas, mientras que yo, recién levantada, parezco la Duquesa
de Alba en un día de viento), decidieron casarse en 1977. El problema es que el
cura de Águilas no estaba por la labor: no sólo Eduardo Rodrigo se había casado
y divorciado en Argentina, es que, además, Paco Rabal era comunista perdío. Acabáramos:
el párroco y el actor convertidos en la versión patria de Don Camilo y Peppone.
Al fin, consiguieron que un cura amigo de la familia oficiara el matrimonio en
una pequeña ermita de Cuesta de Gos. “Si me queréis, venirse”, dijo Paco Rabal,
y hubo una monumental fiesta donde se invitó a todo el pueblo a migas con
tropezones.
Casada y bendecida, Teresa continuó su
carrera como intérprete, especialmente en televisión, donde intervino en
espacios tan míticos como “Estudio 1”. Pero
en 1980, la Rabal dio un giro a su carrera y la orientó hacia el público
infantil. Y llegó el “Veo, veo”, tema intergeneracional donde los haya, que durante
años lo hemos cantado mi hijo y yo para amenizar los viajes en coche, hasta que
el chiquillo metió la cabeza en una Nintendo y me dijo que dejara de ver cosas
por todos lados, que iba a acabar peor que el niño de “El sexto sentido”. Pero
a pesar de que ahora a mi primogénito le gusten más los contoneos lúbricos de
Beyoncé que los meneos de melena de Teresa, lo cierto es que dos generaciones de
niños se han puesto de pie y se han vuelto a sentar, han jugado de oca a oca y han
volado en una pompa de jabón gracias a la Rabal. Y, todo ello, mucho antes de
que llegaran los Cantajuegos y nos martirizaran con “Soy una
taza, una tetera, una cuchara, un tenedor”, que no sé si es una canción o
una lista de menaje de El Corte Inglés.
Teresa triunfó por sus canciones y porque parecía aún más
niña que los propios niños: saltarina, pizpireta, dibujada en colores pastel y con
un lazo en el pelo, se los metió en el bolsillo. Su pasión por los más pequeños
la llevó a producir los "Premios Veo Veo" durante quince años, a crear
una fundación de ayuda a la infancia y a recorrer España con un circo
propio. Aunque, para circo, el que se ha montado con el alcalde de
Águilas a causa del legado de Paco Rabal, que aquí te dejan una herencia
y se lía: miren el pollo que hay entre Amador, Rociíto y el museo de Rocío
Jurado. Afortunadamente, mi hijo no va a tener problema alguno, que mis bienes
caben en la maleta de la Srta. Pepis y mis premios en una estantería de la casita
de Pin y Pon.
Pero si Rocío Jurado tiene un museo en cada bar de Chipiona,
Paco Rabal lo tiene dentro de todos y cada uno de los amantes del cine: "España y el mundo entero lloran
la muerte de Paco Rabal. Ni el pudiente ni el obrero te han querido
olvidar", se oyó durante su entierro. Y no lo olvidamos. Por eso,
esperamos ver pronto una cosita que empieza con la efe. ¿Qué seraf, qué seraf,
qué seraf? ¡Final! Pues sí, que llegue pronto el final del conflicto y que todo
se pueda solucionar. Y que Teresa siga cantando, que aún hay niños que no saben
por qué letras empiezan las cosas.
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