El olor del dinero
Emma Thompson tiene sus dos Oscar en el cuarto de baño de su
casa de Londres. Es todo un detalle: los invitados pueden cogerlos después de
hacer aguas menores e improvisar un discurso de agradecimiento frente al espejo.
Yo no tengo un Oscar en el aseo, pero sí una botella de gel “Heno de Pravia”
que hace las veces de galardón. Y dos discursos de aceptación preparados, uno
para el Premio Julio Camba de Periodismo y otro para el Goya, que si Lolita fue
Actriz Revelación a los cuarenta y cuatro años, yo no pierdo la esperanza.
Juan Antonio Roca, en cambio, tenía un Miró en el cuarto de
baño. Colgar una obra de arte en el retrete es una macarrada digna de un
sacabarrigas, pero también es una suerte de metáfora por la cual el arte
taparía el olor a mierda. El de la suya, que este cartagenero es de pituitaria fina y no
quiere que un olor nauseabundo bloquee su olfato de hurón, el que le ha
hecho recorrer todo el mundo persiguiendo leones, hipopótamos y elefantes. Pero,
sobre todo, el que le ha llevado a seguir el rastro de la pasta.
El facultativo de minas disfrazado de bazanero era, en
realidad, un cazador blanco con corazón negro, más negro que la pez. Y el olor de
los billetes lo condujo hasta su primera pieza de caza mayor, Tomás Olivo, con quien empezó
a hacer dinero hasta que Olivo lo despidió por comprarse un BMW con el dinero
de la sociedad e invertir en unos terrenos sin decirle nada. El muchacho ya
prometía.
Descalabrado por el lance, Roca se recompuso, cargó la escopeta y volvió a
la caza: en 1986 viajó a Marbella, lugar famoso por su fauna salvaje, se
agazapó tras una mesa del Club Financiero Inmobiliario y se dispuso a esperar,
pacientemente, a su próxima víctima. La pieza a la que acechaba era aún más
peligrosa que el tiburón de las finanzas que le había malherido en Cartagena.
Porque, esta vez, Roca quería hacerse con un orco.
Y el orco era Jesús Gil, presidente del Atletico de Madrid y Alcalde de
Marbella desde 1991, un señor que lo mismo arruinaba un club de fútbol, que saqueaba
una ciudad o que salía haciendo el tonto en la tele. Aunque lo de un
mafioso presentando un programa de televisión no era nada nuevo (antes ya lo
había hecho Frank Rosenthal, el Sam
"Ace" Rothstein interpretado por Robert de Niro en “Casino”),
lo de Gil alcanzó el culmen en la era Lazarov, una época espeluznante donde los
programas de entretenimiento eran presentados por Norma Duval, Andoni Ferreño,
Loreto Valverde y Leticia Sabater.
Gil aparecía en un jacuzzi (a los de la raza cobriza les
gusta remojarse los lereles en burbujas), con pavas en bikini alrededor y el
micrófono sujeto en el cordón de oro, dando una imagen sólo apta para
parafílicos. Los copresentadores eran Jeannette Rodríguez,
Pepe Da Rosa e “Imperioso”, y hasta Benny Hill apareció como invitado especial.
Inenarrable. Y lo peor de todo es que Gil creó escuela: años después llegó Hugo
Chávez con “Aló, presidente”, cambiando el bañador por el chándal y, tras él, su
sucesor puso en antena “En contacto con Maduro”, que con ese nombre parece uno
de esos programas de Juan Y Medio en Canal Sur donde salen viejos con ganas de
arrimar la cebolleta.
Pero mientras Gil reventaba los audímetros y los ojos de los
que veían el programa, a Roca no lo conocía nadie. Era el alcalde en la sombra,
el hombre que siempre estuvo allí pero que nunca vimos. Porque si hubiéramos visto
su cara de hurón, su pinta de tío del campo pero de los listos, de los que cuando
te das la vuelta ha plantado sus limoneros en tus fanegas, nadie en su sano
juicio hubiera puesto Marbella en sus manos. Nadie excepto Jesús Gil, que lo hizo
gerente de urbanismo de 1992 a 2003. Y en esos años logró forjar una fortuna: obras
de arte de Sorolla, Sicilia, Arroyo, Tapies o Picasso, cuadras de caballos, ganaderías
de toros bravos, cochazos de lujo, hoteles, palacetes, fincas, yate, jet
privado, helicóptero... Un patrimonio multimillonario puesto en peligro cuando, en 2002,
Gil dejó la alcaldía por inhabilitación y pasó a ocupar su lugar Julián Muñoz,
el hombre de talle imperio. Muñoz mandó automáticamente a Roca a tomar viento, pero
Roca organizó una moción de censura, puso a Marisol Yagüe
al frente de la alcaldía y recuperó el poder. Yagüe era cantante en un
coro rociero y representante a domicilio de una firma de cosméticos, lo cual explica su pasión por los polvos egipcios. Tras la moción de
censura, el ayuntamiento de Marbella estalló, y mientras Yagüe, Isabel García
Marcos, Mayte Zaldívar, Jesús Gil y Julián Muñoz se insultaban y acusaban
mutuamente en televisión, Roca contemplaba la tormenta sentado en un sillón de
cuero y acariciando un gato.
Pero en 2006 llegó el acabose. Con la
“Operación Malaya” vimos cómo entalegaban a Muñoz, cómo Yagüe y García Marcos
entraban a la cárcel hechas unas “Chaneles” y salían convertidas en unas
chonis, cómo detenían a una tonadillera, a una ex esposa, a empresarios y concejales.
Y, al fin, le vimos la cara a Roca. Nosotros y la justicia. Cuando llegó al
trullo, los presos lo esperaban como agua de mayo para sacarle hasta el saín, y
le cantaban “¡Qué tendrá Marbella!” a su paso. Pero Roca le dio la vuelta a la tortilla y se hizo el jefe del módulo. De
nuevo, era el alcalde en la sombra. Y esta vez de verdad, porque va a estar sin
ver el sol muchos años. Pero lo que para los demás es una condena, para Roca es
sólo un proceso de hibernación: “El juez no me ha pillado ni la cuarta parte del
dinero que tengo”, le dijo a su compañero de celda. Así que, cuando salga, el
hurón regresará a su madriguera, cogerá la pasta y volverá a la carga. Es el
instinto del cazador.
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