PUBLICADO EN LA VERDAD EL 1 DE ABRIL DE 2014
De pequeña, servidora quería ser muchas cosas:
escritora como Jo March, científica como Madame Curie, naturalista como Félix
Rodríguez de la Fuente y oceanógrafa como Jacques Cousteau, gorrito rojo
incluido. Ya ven, era una niña muy influenciable; gracias a Dios que “Un paso
adelante” me pilló mayor, que si no me hubiera roto el peroné intentando hacer
un Grand Jeté.
Pero sobre todo y, por encima de todo, quería
ser periodista. Sí, échenle la culpa a “Lou Grant”. La pena es que a mis padres
les gustaba más “La Ley de Los Ángeles” y, como la guerra de series la ganaron ellos,
acabé matriculándome en Derecho. Y menos mal que no rematé la carrera, porque
conociéndome como me conozco habría terminado como Teresa Bueyes, defendiendo a
Ana Obregón y a Carmen Martínez Bordiú y poniéndome morros. O como Paloma
Zorrilla, que es muchísimo peor.
Será porque me hubiera gustado irme de cañas
con Blas Castellote para celebrar una exclusiva, será porque siempre quise ser
como Rosalind Russell en “Luna Nueva” (y tener como jefe a Cary Grant, claro), será
porque llevar un sombrero con una acreditación de prensa metida dentro de la
cinta me parece el complemento más favorecedor del mundo, será porque me
enamoré de Sam Waterston en “Los gritos del silencio” y me volvía a enamorar de él y de Jeff Daniels en “The
Newsroom”, será porque la primera y última vez que fui a la redacción de “La
Verdad” estaba como una niña con zapatos nuevos. Será por todo eso (y porque
soy una romántica, de acuerdo), pero cuando he visto el regreso de Javier
Espinosa y Ricardo García Vilanova, los dos periodistas que han estado
secuestrados en Siria durante 194 días, me he emocionado como si yo fuera del
gremio. Ellos han vuelto a casa, como Marc Marginedas, pero otros no han podido
hacerlo. Por eso, en estos tiempos de trincheras periodísticas, tertulianos
voraces y plumillas lameculos, sorprende comprobar que hay tipos capaces de
arriesgar su vida y su libertad para que usted y yo sepamos qué es lo que pasa más
allá de nuestro campo de visión. Porque, al final, las hojas del periódico sirven
para mucho más que para no salpicar los fogones de aceite cuando uno hace
chistorra en su casa. Porque la verdad está ahí fuera, y hay periodistas que se
juegan la vida por contarla.
3 comentarios:
El buen periodismo es como las buenas ferreterías, no nos damos cuenta pero sin ellos nuestra vida se deteriora.
Defendamos a los buenos periodistas.
¡Besos!
¡SUSCRIBO CADA UNA DE SUS PALABRAS!
Qué dos grandes periodistas ha perdido el mundo, Piticli, querido! Hubiéramos desbancado a los mismísimos Woodward y Bernstein!
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