PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 24 DE JUNIO DE 2014
Hala, ya he guardado la pamela, que ha acabado
la coronación. No la vuelvo a sacar hasta que la princesa Leonor se case con mi
chiquillo, que yo soy muy fan del matrimonio concertado y de las uniones morganáticas.
Pero mi futura consuegra Letizia me ha mandado un whatsapp diciéndome que, si me
voy a convertir en Suegra Madre dentro de unos años, tengo que abandonar este
rol de junta letras periférica y escribir sobre las cosas que escriben las
grandes columnistas de este país. Que me deje el costumbrismo y el roserío, y
que comience una carrera como colaboradora intensa y viajada, hablando de
periplos interminables y de lugares que no quiero compartir con nadie. Que un
poquito de glamour, hija. Y yo, que soy obediente y que lo último que pretendo
es que otra columna sobre Isabel Pantoja me deje fuera de la familia real, le
hago caso. Así que pongamos que hablo de Tabarca.
Tabarca, una pequeña isla situada frente a las
costas de Santa Pola, es para servidora lo que Skorpios era para Jackie Onassis:
la libertad. Si ella llegaba a su isla y se quedaba con las jacquelinas al aire,
yo desembarco en la mía y me olvido del maquillaje y del secador: me convierto
en una mujer libre y salvaje (y fea, que cuando no me arreglo estoy para
echarme de comida a los peces, pero me da igual). Sin los aperos de belleza, el
equipaje se reduce al mínimo: un par de bañadores, un hato para la noche y
gafas de bucear como el must de la temporada. Y, por delante, dos días de sol
inclemente, agua transparente y dolce far niente. En Tabarca, perder el tiempo es
ganarlo. Deambular, charlar, nadar, comer, dormir, leer y volver a nadar porque,
en una isla, todas las calles llevan al mar. Quedarte viendo cómo se pone el
sol mientras la gente abandona la isla en el último barco. Tabarca es vivir
dentro de un anuncio de cerveza.
Lo único malo de ir a Tabarca es tener que
volver; salir de la isla exterior y regresar a la interior. Por eso estoy
dispuesta a exiliarme allí, y pasar los días rodeada de libros, gaviotas
reidoras y gatos con sobrepeso. Y vivir feliz e incomunicada: sólo les digo que
no vi el desvirgue televisivo de Chabelita el sábado por la noche y me dio
igual. Es la magia de la isla.
2 comentarios:
Yo, ..., no es por nada .... pero desde que ví "¿Quién puede matar a un niño?" decidí que no iba a ir a Tabarca jamás. Para usted puede ser la libertad.... para mí es un sitio donde unos malvados niños matan a inocentes adultos. ¡¡ Toda la isla pa´usted !!. Saludos
Desconocía esa isla, y esa capacidad suya de viajar con tan poco equipaje. Yo sigo siendo esclavo del baúl de la Piquer hasta para ir a la Barceloneta.
¿Podría pedirle una tutoría? Y que conste saber que será -más- Grande de España no me ha influido.
¡La adoro!
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