PUBLICADO EL 7 DE ENERO DE 2014
Al
fin en el curro. Qué descanso. Y sin ganas de volver a casa, porque se quedó
ayer como si hubiera organizado un taller de papel maché en un frenopático: cajas,
cartones y papeles por todos lados. Es el resultado de pasarse el día de Reyes desembalando
juguetes, que no es que vengan a prueba de niños, es que vienen a prueba de
Chuck Norris: hemos tenido que coger las tijeras de podar para sacar de su caja
a la muñeca de mi ahijada, que iba atada con más cinchas que si la hubieran
secuestrado unos kosovares. Así que esta tarde toca limpiar y recoger como una
loca, que a mis compadres no se les ha ocurrido otra cosa que regalarle a mi hijo un puzzle de 1.000
piezas para que me pase las horas muertas buscando piececicas entre los cojines
del sofá. En justa venganza, el año que viene yo le regalaré al suyo uno de 3.000,
y así iniciaremos una historia de rencillas entre familias que dejará pequeña a
la de los Channing y los Gioberti.
Pero
además, este año mis Reyes demuestran mi más absoluta decadencia como persona
humana, que diría la Benito: me han traído un robot de cocina. Lo peor es que lo
he pedido yo, que estoy harta de que tras 20 años juntos mi santo y yo sigamos
sin dar una con los regalos: si le intento sorprender con un jersey que no sea
azul marino me dice que si es que lo quiero convertir en un moderno, y cuando a
él se le ocurre regalarme un libro se va al Corte Inglés y viene con lo que le
recomiendan las dependientas, háganse una idea. Así que benditos sean los tickets
regalo y las cartas a Sus Majestades, sobre todo cuando las envía un crío de
nueve años que pone en la dirección “A los Reyes Magos de Oriente, al lugar al
que viven porque no sé dónde viven”, que les deja agua a los camellos y una
copita de vino dulce a los Reyes, y que se agarra, probablemente por última vez
en su vida, a la idea de que la magia existe una vez al año. Entonces se te
olvidan las colas en la juguetería, el dineral en regalos y hasta el caramelazo
en la frente que te ha dado el Rey Melchor al pasar la cabalgata, que vaya
puntería tiene el tío para ser tan viejo.
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