miércoles, 6 de febrero de 2019

FRACASOS COTIDIANOS

PUBLICADO EN LA VERDAD EL 5 DE FEBRERO DE 2019

Creo que he vuelto a batir todos los récords: a estas bajuras del año, que estamos todavía a principios de febrero, ya he incumplido mis propósitos para 2019. Propósitos asequibles y al alcance de cualquiera con un mínimo de fuerza de voluntad, también es verdad, que servidora no se ha propuesto ni escalar el Aconcagua en chanclas ni ganar Miss Islas Menores, tan solo hacer un poco de dieta, algo de ejercicio y un par de cosas más que no vienen al caso. El matiz es que, este año, he fracasado preventivamente porque ni lo he intentado. Una decepción que me ahorro. 

Lo peor es que no tengo a quién echarle la culpa. Culpar a otros (al cambio climático, al karma, a la profesora que te humilló en tercero de EGB, al café aguado, a los malos resultados en Eurovisión o a la herencia recibida) es jugar con ventaja: conozco a tipos que se pasan la vida diciendo que no triunfan porque son víctimas inocentes de una confabulación, como si la gente a la que le va bien no tuviera otra cosa que hacer que conspirar contra los mediocres; échales a ellos la culpa de lo que pasa, échale la culpa al boogie. Pero cuando sabes que tu enemigo eres tú, también sabes que vas a perder en la lucha contra tu propia desidia, y que van a volver a ganar tu tendencia natural a la procrastinación, tu gusto por comerte un bocadillo de lomo empanado en lugar de mordisquear un tallo de apio, tu afición por contemplar las vidas ajenas en vez de vivir la propia. Lo malo es que ese fracaso ni siquiera tiene la estética romántica del perdedor: un tío acodado en la barra de un bar con la corbata en el bolsillo, el whisky en la mano y el vacío en los ojos, goza de cierto atractivo entre poetas autodestructivos, cineastas noveles y mujeres redentoras, pero una pre menopáusica tirada en el sofá con una manta es tan arrebatador como pisar descalza una alfombra de cristales rotos. Lo bueno es que mi fracaso es mucho mejor que el del tío del bar: el mío es rotundo y definitivo, categórico, sin solución; es un fracaso redondo. Ahora sólo me queda asumir mi éxito fracasando y pedirle a Falete que me deje una túnica para las tres bodas que tengo esta primavera. Y que le den al apio. 

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