PUBLICADO EL MARTES 25 DE MARZO DE 2014
Soy hija, esposa y madre de futboleros. Podría
ser hija, esposa y madre de millonarios y pasarme la vida de yate en yate, pero
no, me la paso de partido en partido: desayuno con la Bundesliga y ceno con la
Premier y, entre medias, un poquico de Real Madrid TV, no sea que Sergio Ramos se
haya tatuado a la Dolorosa de Camas en la curcusilla y seamos los últimos en
enterarnos. Y encima, como por retener lo único que retengo ya son líquidos, después
de tantos años no he aprendido nada de nada: mi pobre santo ha intentado explicarme
el fuera de juego hasta con esquemas, pero no hay manera. Es oír “fútbol” y
convertirme en un compartimento estanco.
Por si fueran pocos los partidos en
televisión, todos los fines de semana tengo que llevar a mi heredero a jugar. Y
entonces es cuando se me caen los palos del sombrajo: si algunos padres se
vuelven locos perdíos cuando juegan sus hijos, hay entrenadores que tampoco se
quedan atrás. Decía Cruyff que el fútbol es un juego que se juega con el
cerebro, sí, pero algunos tienen el cerebro de un mono loco: entrenadores disfrazados
de raperos, con gafas de sol, barriga cervecera y gorra hacia atrás, presionando
a los críos como si les fuera la vida en ello y con un vocabulario que haría
palidecer al mismísimo Clint Eastwood en “El sargento de hierro”. Y, si pierden
los suyos, no les quiero ni contar la que le montan a los chavales. Mucho
llenarse la boca de fair play, de respeto, de espíritu de equipo y de
deportividad, pero a algunos entrenadores habría que quitarles el carnet. Y, después,
llamar a la Policía de la Moda, que llevar esos chándales a lo Paquirrín
pinchando en un after tiene que ser constitutivo de delito. Si los pilla la
jueza Alaya, los enchirona.
Otros, en cambio, son tipos estupendos que
sacan tiempo para enseñar a un puñado de críos a disfrutar del deporte, a
pasarlo bien, a tener un puntico de pundonor que les haga superarse a sí
mismos, a perder con dignidad y a ganar sin regodearse. Son los más pero, como
gritan menos, en el campo quedan eclipsados por el vocerío de los chabacanos. Será
que hay algunos que se ponen un chándal y se convierten en poligoneros. Será el
poder del chándal.
3 comentarios:
Yo creo que debería utilizar toda esa experiencia para escribir un tratado antropológico. O el guión de la teleserie española definitiva. ¡La de madres que se identificarían!
Ande, lléveme un día, que para mí todo eso es exotismo puro.
¡Besos!
Y lo peor de todo es que no hay evolución porque ese ambiente es así desde antes de la invención de la rueda...
"Cuéntame" va por el año 1982, pero ustedes van por el 2046. Ése es el salto espacio-temporal ;)
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