PUBLICADO EL 23 DE JULIO DE 2012 EN LA VERDAD
De los españoles que han emigrado este año al extranjero, conozco a uno. M. ha hecho la maleta, y en ella no ha metido el bronceador y la toalla, sino su curriculum, los besos de sus hijos y la sonrisa (triste) de su mujer, que se ha quedado aquí, defendiendo el fuerte. M. se ha ido al norte de Europa a buscarse la vida, a trabajar en lo que le salga y a mandar dinero a casa. M., ingeniero industrial, creía (como usted, como yo) que a su edad ya casi había llegado a la meta. Lo que no sabía es que, en esta mierda de Monopoly en el que estamos jugando, él iba a volver en la casilla de salida.
De los españoles que han emigrado este año al extranjero, conozco a uno. M. ha hecho la maleta, y en ella no ha metido el bronceador y la toalla, sino su curriculum, los besos de sus hijos y la sonrisa (triste) de su mujer, que se ha quedado aquí, defendiendo el fuerte. M. se ha ido al norte de Europa a buscarse la vida, a trabajar en lo que le salga y a mandar dinero a casa. M., ingeniero industrial, creía (como usted, como yo) que a su edad ya casi había llegado a la meta. Lo que no sabía es que, en esta mierda de Monopoly en el que estamos jugando, él iba a volver en la casilla de salida.
De los extranjeros que vinieron hace años a España, conozco a una. M.,
rusa, es (era) profesora de música, porque hace ya mucho tiempo que no utiliza
sus manos para tocar el piano, sino para ayudarme a poner lavadoras, fregar y
planchar. Mientras hacemos la comida M. me cuenta cosas de su país, de sus
amigos, de su vida anterior, de la vida que ella había elegido, que no es la
que le ha tocado. M. tararea a Rachmaninov cuando limpia los cristales y, de
vez en cuando, marca un compás en el aire.
Me imagino malviviendo en otro país, sin mi familia, sin hablar el
idioma, trabajando (con mucha suerte) en cualquier cosa, compartiendo piso con
desconocidos, pidiendo ropa en Cáritas, perdiéndome por calles con letreros que
no soy capaz de leer. Siento las miradas de recelo, la soledad, la
incertidumbre. Me pongo en la piel del otro: me agobio, me la quito
rápidamente. Pero se me ha quedado un regusto amargo en la boca, y ya no tengo
el cuerpo ni para descogurciarme del chándal olímpico y de la pinta de
“Callejeros” que van a llevar nuestros atletas. Hoy, nada de soplo de aire
fresco. Lo siento, jefe. Así está la cosa. Unos que vienen, otros que se van.
Pero la vida no sigue igual. Ni de coña.
3 comentarios:
Ánimo doña Rosa. Le juro por el Dios en el que creí, que podemos con esto y mucho más. Claro que podemos.
Fascinum, yo también creí en un Dios. Hasta que vuelva a creer,comentarios como los suyos ayudan mucho. Gracias.
Muy duro... Muy real... Pero estoy con fascinum, podremos. Ya veréis como podremos...
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