miércoles, 29 de marzo de 2017

GÉNEROS

PUBLICADO EN LA VERDAD EL 28 DE MARZO DE 2017

Me dice D. que, desde que lee esta columna, entiende mejor a las mujeres. También es verdad que me lo dice con una cerveza en la mano y varias en el cuerpo, y así es más fácil entender a las mujeres, a los hombres, a los viceversa y hasta a Heisenberg y su principio de incertidumbre. Pero me sorprende el comentario: no me entiendo ni yo, que vivo en una contradicción permanente, así que no sé cómo voy a entender a un género entero. No entiendo ni los estilismos de Cristina Rodríguez, ni los pelos de Tita Cervera, ni los maquillajes de Raquel Mosquera. No entiendo a las mujeres que se ponen tetas, ni a las que les gusta el reguetón, ni a las que leen a Ruiz Zafón, ni a las que se enrollan con Paquirrín, ni a las que dicen que son femeninas en lugar de feministas. Claro que, menos entiendo a los hombres. Cada vez representan un territorio más ignoto, más desconocido, aunque sigan siendo el género más visible: miro la foto del Papa con los líderes de la Unión Europea y cuento veintisiete hombres y tres mujeres. Definitivamente, la paridad ha sido conseguida, siempre que paridad signifique ponernos a parir. Pero teniendo como presidente del Eurogrupo a Jeroen Dijsselbloem, el que dijo que los países del sur se gastan todo su dinero en alcohol y mujeres, todo encaja.


Para entender a las mujeres, D. tendría que ver en bucle la última temporada de "Girls", igual que para entender a los hombres hay que ver a Ignatius Farray en "El fin de la comedia". Lena Dunham e Ignatius Farray tienen en común la capacidad de sacar a la luz los miedos, las vulnerabilidades, las indecisiones y las mezquindades de todo el género humano, de reírse de nosotros mismos, de jugar con códigos en los que nos podemos reconocer aunque no seamos ni escritoras millennials ni cómicos barbudos. Dunham y Farray también comparten su gusto desmedido por enseñar sus cuerpos blancos y blandos, de flan de vainilla, de los que te dejan la libido a la altura de David el Gnomo: si en la primera transición la libertad era ver a tías buenas desnudas, en la segunda transición lo revolucionario es que salgan tías y tíos feos en porretas. Hacia la igualdad por la fealdad. Según ese criterio, yo debería tener una serie propia. O, al menos, hacer un campo.



miércoles, 22 de marzo de 2017

FELICIDAD

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 21 DE MARZO DE 2017

Ayer se celebró el Día de la Felicidad. Ayer, que fue lunes. No podía caer en viernes, no. Los de la ONU, que son unos cachondos. Y unos flipados: el 19 de noviembre coinciden el Día Internacional del Hombre y el Día Mundial del Retrete. Una fecha dedicada a los tíos que no paran de cagarla, o la forma fina de mandar a la mierda al heteropatriarcado. A este paso me veo llegar el Día Mundial del Bidé, que hay días (y gente) pa tó.

En la ONU, además, son unos inconscientes: decretar el Día de la Felicidad es abrir la veda para que tu ordenador se llene de frases de Paulo Coelho, caritas sonrientes y artículos chorras donde te dan las claves para tener una vida plena. O para que te regalen una taza con mensaje motivador: si tengo que pasarme el resto de mis mañanas tomándome el café en un cacharro donde pone "Persigue tus sueños, ellos saben el camino", empiezo a desayunar potaje de gurullos con bacalao directamente de la olla. Pero es que la obsesión por ser dichoso es tan absurda como la de Terelu por adelgazar: la infelicidad te llega porque no puedes ser tan feliz como se supone que ha de serlo. Menos mal que, desde que existe Instagram, si no consigues ser feliz puedes, al menos, parecerlo: te hinchas a subir fotos de viajes, de reflejos de nubes en charcos, de cervezas artesanas y de gatitos bostezando, y ya aparentas estar más contento que Paquirrín en el Campeonato de España de Hamburguesas de un kilo. Y a fuerza de simularlo, a lo mejor te lo acabas creyendo, que la felicidad, según Groucho Marx, está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna... A veces, la felicidad también está hecha de pequeñas pastillas con inhibidores de la recaptación de la serotonina. Antidepresivos, los llaman, y se dedican a aplacar al bicho que llevamos dentro y que nos impide ser felices. A los otros, a los bichos de fuera, ya nos enfrentamos nosotros solos. 

La felicidad es encontrar el adjetivo perfecto, bajar una talla de pantalón, ver una película sin que te interrumpan o que te dejen cortarle el pelo a Geert Wilders, el líder de la ultraderecha holandesa: que me den una tijeras y me lo pongan a tiro. Feliz no sé si voy a ser, pero me voy a quedar descansando.   

miércoles, 15 de marzo de 2017

TAMARA MÁRTIR

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 14 DE MARZO DE 2017

Que Tamara Falcó firme una petición para que Pablo Iglesias no quite la misa de los domingos en La 2 es normal; lo raro sería que firmara una petición para que no quitaran "El Intermedio", ese programa de rojos y ateos. Y que Tamara Falcó suba la petición a las redes sociales y el tuiterío se le eche encima, también es normal: es el martirio cristiano 2.0. Pero Tamara, acostumbrada al otro martirio, al mediático, ni contesta, que llevar tantos años lidiando con la prensa es lo que tiene.

La vida de Tamara Falcó, esa mujer que sale a la calle con un pulverizador de agua bendita en el bolso de Loewe, es tan loca como "La llamada", un musical de Javier Ambrossi y Javier Calvo (los creadores de "Paquita Salas", maravilla protagonizada por una señora que toma gintonic con torreznos) donde se mezclan dos adolescentes amantes del electrolatino, un campamento cristiano, una monja a la que le chifla Presuntos Implicados y un Dios que canta por Whitney Houston. Pues Tamara, igual: con la misma fe te sube la última canción de su hermano Enrique (eso sí que es para lapidarla) que reivindica el feminismo poniendo como ejemplo a su madre (amárrame esos pavos), promociona una marca de ropa diseñada por una amiguísima de apellido compuesto, firma una petición de Greenpeace para salvar el Ártico o te muestra un folleto donde te explica cómo llevar a cabo el ayuno y la abstinencia en Cuaresma, todo muy rollo "Mr. Wonderful", eso sí, con iconos y dibujines y tipografías molonas, que para eso los millennials son una generación muy visual, y si no les pones un trozo de carne tachado no saben de qué les estás hablando (yo, al principio, me creía que estaba promocionando la dieta de la alcachofa). También es verdad que el no comer carne los viernes se lleva mejor si eres Falcó Preysler y tienes cuartos suficientes como para irte al Burela a ponerte ciega de merluza de pincho. Y también es cierto que, si las señoras bien de Puerta de Hierro han convertido la Cuaresma en la nueva "Operación Bikini", yo me apunto: en tal de quitarme los cinco kilos que me sobran de aquí al verano, hago ayuno, abstinencia, limosna, oración y lo que haga falta. Como dice Tamara, "Deseadme suerte o mejor aún rezad x mi!!!!!!". De poner comas en los textos, ya hablamos otro día.


miércoles, 8 de marzo de 2017

CURSO DEL 87

PUBLICADO EN LA VERDAD EL 7 DE MARZO DE 2017

De todo hace ya treinta años. De "MacGyver" y de Nirvana, de la teta de Sabrina y de "Dirty Dancing", de la primera entrega de los Goya y del final de COU. Treinta años, sí. Y te enteras porque, de la noche a la mañana, te encuentras metida en un grupo de wasap creado para organizar un reencuentro de antiguos alumnos, que han pasado tres décadas desde que salimos del colegio y hay que celebrarlo, y verse, y ponerse al día,  y contarse la vida, que los números redondos son siempre una excusa para reunirse y para festejar, mucho más que los primos, unos números tan raros que una nunca sabe qué hacer con ellos.

Los números redondos, además, tienen la facultad de poner tu vida ante un espejo: lo que fuimos y lo que somos, lo que se esperaba de nosotros y lo que hemos conseguido, las expectativas cumplidas y las fallidas. Sales del colegio y, treinta años después, nada es como lo habías imaginado: la mayoría de las ilusiones compartidas se quedaron entre los bocadillos de tortilla con mayonesa de la cantina, los libros de Historia del Arte, las carpetas pintarrajeadas y las casetes de The Smiths. Y hay que volver a ver a aquellos con los que las compartiste. Antes, al menos, los reencuentros eran más fáciles, que podías epatar al personal y dártelas de triunfadora diciendo que habías inventado el Post-it, como Lisa Kudrow en "Romy y Michele"; ahora es impensable, porque sueltas eso y ya tienes a tres excompañeros buscando tu nombre en Wikipedia o rastreándote en Linkedin. La única que puede ir a una reunión de antiguos alumnos con la cabeza bien alta, y hasta con una tiara sobre ella, es la reina Letizia (Urdangarín, pobre, lo tiene peor incluso que Juan Camus en el reencuentro de OT). O Donald Trump, que le aseguraba hace treinta años a Oprah Winfrey en una entrevista que ganaría las elecciones si se presentaba a presidente de los EE.UU. O Arthur Fry, el verdadero inventor del Post-it. A los demás sólo nos queda asumir lo que somos. A veces es fácil, a veces no, que ya me dirán ustedes si este grado de celulitis que tengo en los muslos hay ser humano que lo acepte. Si me da tiempo, me hago una liposucción. Si no, me coloco una braga faja y digo que la inventé yo. Ojalá que no haya wifi.



miércoles, 1 de marzo de 2017

EL FACTOR HUMANO

PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 28 DE FEBRERO DE 2017

Peter Biskind, biógrafo de Warren Beatty, afirma que son 12.775 las mujeres con las que se ha acostado el actor a lo largo de su vida. Más que Papuchi y Julio Iglesias juntos. "Y eso sin contar los polvos rápidos, las aventuras casuales y los besos robados", continúa Biskind. Ante esos números, no es de extrañar que Woody Allen afirmara que le gustaría reencarnarse en las yemas de los dedos de Warren Beatty. Hasta que llegaron estos Oscar, supongo: ni siquiera un raro como Allen querría ser la mano que sostiene la tarjeta equivocada y que convierte la entrega de los premios más importantes del mundo en un reparto de diplomas de Primaria.

Que las estrellas son humanas ya lo sabíamos: sólo hay que recordar a Demi Moore en los Oscar de 1989 con unos pantalones de ciclista con encaje, un vestido superpuesto de terciopelo y un Bruce Willis a modo de bolso. Lo que no sabíamos es que también lo eran los organizadores de los Oscar, que han estado a un pelo de entregar el premio a la Mejor Película a "Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera" (la vida hubiera dado por ver a Chiquito de la Calzada saltando por las escaleras del Dolby Theatre y hablando en inglés de Chiquitistán). Pero un fallo así consuela a cualquiera: una empieza mejor la semana sabiendo que hasta los más listos se equivocan. El factor humano, dicen. Y si a los de Pricewaterhouse Coopers ("House Water Watch Cooper" para Pablo Iglesias) se les perdona el fallo, a dos leyendas como Warren Beatty y Faye Dunaway ni les cuento: si Beatty se acostó con casi 13.000 mujeres, Dunaway le hizo perder la cabeza a Marcello Mastroianni, algo que te da carta blanca para equivocarte en los Oscar, para escupir gargajos y para quitarte la dentadura postiza en público. Si encima has hecho "Bonnie and Clyde", puedes hasta ventosearte en una ascensor sin temor a represalias.

Lo de los Oscar aún pudo terminar peor: dicen que, mientras Isabelle Huppert posaba en la alfombra roja, se oyó "Tú eres mejor que todo esto, Isabelle. Mátalos a todos". Tras meses sonriendo por encima de sus posibilidades, no me hubiera extrañado ver a la Huppert rebanándole el cuello a Emma Stone con un cuchillo oxidado. Eso sí que hubiera sido La Ceremonia. Pero la de Chabrol, no la de los Oscar.    


LA HUPPERT CON UN INSTRUMENTO AFILADO DA MÁS MIEDO QUE YO RECIÉN LEVANTADA.
SI NO HAN VISTO AÚN "LA CEREMONIA", HÁGANLO. Y "ELLE". Y "LA PIANISTA".
Y CUALQUIER COSA DE ESTA DIOSA