miércoles, 27 de noviembre de 2013

Suerte

PUBLICADO EL MARTES 26 DE NOVIEMBRE DE 2013 EN LA VERDAD


No gana una pa disgustos, oiga: me bajo yo tan contenta en mi parada del autobús y me encuentro de sopetón con las luces de Navidad de El Corte Inglés. Tal cual. Con lo detallistas que son los tíos, que me mandan felicitaciones por mi cumpleaños, me avisan cuando está de rebajas Purificación García y me envían un mensaje si llega algún libro que he pedido, y no son capaces de ponerme un wassap para decirme que van a colocar las luces y que me vaya preparando psicológicamente, que yo es ver siete bombillas formando un reno y entrarme la depresión navideña. Pues nada. Como los de la lotería, que tampoco me han avisado y me han colocado el spot sin mandarme la planificación de medios. Y claro, ahora me encuentro cada dos por tres a Raphael con una dentadura tres tallas más grandes diciendo que aquí está la Navidad y que ponga mis sueños a jugar. 

Pues conmigo que no cuenten, que yo no compro lotería ni aunque me lo diga el mismísimo San Ildefonso. Voy por el mundo esquivando más números que Pérez-Reverte balas en Bosnia: el de la panadería, el de la asociación de vecinos, el del colegio del crío, el del trabajo, el del viaje de estudios de los sobrinos, el de la pandilla, el del gimnasio, el del taxista, “Señora, que es que vamos a sortear una cesta de Navidad”. De Navidad en Albania, porque lleva un jamón sacado de un decorado de Estudio 1, dos pastillas de turrón blando, una caja de dátiles y una lata de melocotones en almíbar, que estoy por hablar con el MURAM a ver si organizo una antológica con las latas que tengo guardadas desde 1985, todo en plan muy warholiano y muy modelni. 

Lo dicho, que no llevo ni una participación. En cambio conozco a uno que se hace una tabla en Excel para controlar los números que compra. Y, encima, me pasa los décimos por la chepa en cuanto me despisto. Eso sí, me gustaría que me tocara la lotería sólo para que, cuando un espitoso reportero bañado en champán me preguntara “¿Y qué va a hacer usted con tanto dinero?”, poder contestar lo de “Tapar agujeros”, una de las grandes frases que nunca he podido decir, junto con “Siga a ese taxi” y “Yo no engordo coma lo que coma”. ¿Ven? Si es que mi auténtica suerte sería que me cambiara el metabolismo.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

La mujer moderna


PUBLICADO EN LA VERDAD EL MARTES 19 DE NOVIEMBRE DE 2013

No hay litio en el mundo que me quite la bipolaridad que me producen las revistas femeninas, que es abrirlas y pasar del gozo al llanto en una página. También puede ser que cada vez me interese menos el rollo aspiracional que se traen, que no digo yo que no, pero es que acabo esquizoide perdida: leo un artículo sobre cómo aceptarse a una misma y, cuando ya estoy convencida de que tener celulitis no es una maldición bíblica, me cascan un reportaje sobre las últimas técnicas en liposucción; me demuestran a tres columnas que se puede ser feliz con una talla 44 para luego desmontarme el chiringuito con unos vestidos que no le cabrían ni a Barbie Malibú quitándose las costillas flotantes; en la página par me convencen de que hay que llevar con alegría el paso del tiempo y en la impar me colocan una foto de la Preysler con la cara más planchada que las camisas de Eduardo Inda. Sólo me falta combinar la lectura de Simone de Beauvoir con la de “Cásate y sé sumisa”, el nuevo bestseller del Arzobispado de Granada, para acabar más loca que Shakira con su tigre.

Pero lo que más me sulibeyan son los artículos tipo “Un día en la oficina”: están convencidos de que todas trabajamos como secretarias de un productor porno, que nos ponen una raja en la falda que me río yo de Estopa y del Seat Panda, y unos tacones que, si los tengo que llevar 12 horas al día, acabo con más dedos amputados que el que escaló el Everest sin calcetines. O “Los nuevos aliados contra el envejecimiento”: sumando lo que me cuesta el contorno de ojos, el sérum, la reafirmante, la antiarrugas y la antioxidante, me sale a 300 euros el centímetro cuadrado de jeta. Y encima tengo que pedir jornada laboral reducida para que me de tiempo a echarme las cremas por la mañana.

¿Funcionaría mejor una revista con artículos titulados “El outfit ideal para celebrar los cumpleaños en los parques de bolas”,  “¿Qué me pongo para ir a comprar a Mercadona?” o “Tus canas, libres y sueltas”? Pues claro que sí, porque esa es la mujer real, la de verdad, la auténtica, la… esperen un momento. ¿Han visto el abrigazo rojo de Dior que lleva Naty Abascal en esa portada?! Hala, ya estamos otra vez. ¿No les digo yo que me tienen loca? 



Abrigo (4.300 €) y falda (1.950 €), todo de Dior, en "S Moda"

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Hablemos de sexo


PUBLICADO EL MARTES 12 DE NOVIEMBRE EN LA VERDAD

Pues hala, ya se ha confirmado: la hija de Pantoja está embarazada. Se confirmó en el mismo instante en el que cumplió los dieciocho; hasta ese momento todo el mundo punto en boca porque era menor, pero igual daba porque los de “Sálvame” llevaban la cuenta atrás esperando a que llegara el día para poder soltar la bomba del bombo y, mientras tanto, iban dando pistas a lo Gila: “Alguien ha dejado embarazada a alguien…”. Y ya han podido decir que el primer “alguien” es un perla de diecinueve años que tiene otro hijo de dos con una muchacha con la que estuvo cuatro meses. Ole. Y el segundo “alguien”, la niña antes conocida como Chabelita y ahora como Isabel II desde que su madre pidió que la llamaran Isabel, “que es nombre de reina”. Ole con ole. Y ante esta situación, Isabel I de Cantora se saca un comunicado de la bata de cola y suelta que el embarazo de su hija “ha sido fruto de una relación estable y duradera de amor, así como plenamente consciente y deseado”. Con dos peinetas.

Pues qué suerte, porque la mayoría de los embarazos de las adolescentes son plenamente inconscientes y no deseados. Y eso se explica oyendo las preguntas que lanzan los chavales en los consultorios sexológicos, que mucho trelerele y mucho restregar la cebolleta, pero no tienen ni idea de cómo evitar un embarazo. Y no me extraña: a mi hijo le han explicado esta semana la reproducción, pero algo se les ha escapado porque, cuando terminamos de repasar, me pregunta “¿Y por dónde entran los espermatozoides del hombre en el cuerpo de la mujer?”. Normal: es como si explicas el aparato respiratorio sin decir que el aire entra por la nariz. Y entonces hay que tener LA CONVERSACIÓN. Y me encomiendo a Santa Elena Ochoa para que me ayude, que ya podía dejarse de tantos libros de Ivorypress de a 4.000 euros el ejemplar y volver a la tele en horario infantil para contar lo de la abeja y la flor en versión 2.0. No se trata de ver a Pocoyó enseñando a los críos a ponerse un preservativo, pero seguro que hay alguna forma de educarlos para evitar males mayores cuando llegue el momento de tener relaciones sexuales. También es cierto que algunos adolescentes lo saben de sobra y no toman precauciones porque tienen menos autocontrol que Falete en un bufé libre. Pero esa es otra historia.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Espías como nosotros


PUBLICADO EN LA VERDAD EL 5 DE NOVIEMBRE DE 2013

Qué me gusta a mí una novela de espionaje: me han regalado por mi cumpleaños la última de Le Carré y estoy que me leo encima, que servidora ha pasado unos ratos estupendos con Smiley, el Circus, Karla, el MI6, el KGB y el sursum corda. Eso sí que eran espías de verdad, y no esta historia de escuchas de la NSA. Qué aburrimiento: ni una persecución en condiciones, ni un microfilm oculto en la guarda de un libro, ni un interrogatorio envuelto en humo, ni una gabardina que echarse sobre los hombros, oiga, nada más que tres tíos con un ordenador y ya estamos todos controlados. 60 millones de llamadas en un mes. Y en plenas fiestas, que entre el “Hola, soy Edu, Feliz Navidad” y el “Tráete sillas de casa de tu madre, que al final nos van a faltar”, tienen que haber acabado los pobres agentes hasta el mismísimo pinganillo.

Encima nos vigilan los americanos, fíjense, que se creen ellos que son la pera limonera cuando la mayor cantera de espías la tenemos aquí: cojan a un grupo de madres de adolescentes y ya verán cómo les dan sopas con onda a los del NSA, a los del CNI y a los del Mosad si hace falta, que el olfato de una madre preocupada no tiene rival. Y, encima, se han adaptado estupendamente a las nuevas tecnologías: antes se limitaban a registrarte el dormitorio y no paraban hasta que te encontraban el paquete de tabaco mentolado; ahora pillan el móvil del pipiolo y se leen los mensajes de WhatsApp, le piden amistad por Facebook poniéndose de mote “Jessi la Loba” y se instalan una aplicación para localizar móviles y tener al perla siempre controlado.

Y así nos están tratando los políticos y los servicios de inteligencia, como a adolescentes a los que hay que vigilar para que no hagan nada malo. Es curioso: vivimos en unos tiempos esquizoides en los que nos mosqueamos porque nos espían, pero no paramos de subir fotos a las redes, de dar nuestros datos, de decir qué hacemos, dónde estamos, con quién. Supongo que la distinción reside entre dar información voluntariamente o que la obtengan sin nuestro permiso. Lo que viene siendo la diferencia entre que te roben fotos en bolas y negociar un posado en el Interviú, vamos. Yo es que, si no hablo en mi lenguaje, me lío.