PUBLICADO EN LA VERDAD EL DOMINGO 25 DE AGOSTO DE 2013
Se acabó lo que se daba. O casi, que yo es empezar la Liga y
descomponerme. En unos días volveremos a casa, nos colocaremos los pantalones
largos y cambiaremos la playa por la ciudad y la barbarie por la civilización,
que en la playa vivimos más salvajes que Orzowei. Sin aire acondicionado, pa
qué, con el fresco que entra, hasta que viene una noche de calma chicha y
tienes que sacar el colchón al balcón para poder dormir. Sin cuchillos en
condiciones, que todavía usamos los que regalaban en las bolsas de las
magdalenas. Sin intimidad alguna, que donde caben dos caben quince, y llega el
fin de semana y te visitan los cuñaos, los titos y los abuelos, y a encargar
paella y a comprar helado de turrón como si no hubiera un mañana. Sin un sofá
en condiciones, que en las casas de la playa sobrevives con muebles que no los
querrían ni los del Rastro Remar. Sin tranquilidad, que los de la Orquesta
Troika están hasta las tres de la mañana perpetrando los grandes éxitos de
Radio Tele-Taxi (en mi delirio insomne he llegado a ver los dientes de José
Vélez brillando en la oscuridad mientras cantaba “Voulez-vous danser avec moi?”). Y uno
aguanta porque total, para quince días que estamos, qué más da.
Antes no, antes nos tirábamos tres meses de veraneo. Y los pasábamos
cogiendo medusas con la mano (aquellas no picaban) y lavándonos la cabeza con
champú dentro del mar, ya me dirán ustedes el fuste, que no sé yo si no seremos
los causantes del desequilibrio ecológico del Mar Menor nosotros y nuestros
champules. Y nos daba tiempo hasta de aburrirnos. Ahora es un suspiro. A pesar
de los cuchillos de las magdalenas, da pena que se acabe.