PUBLICADA EL 30 DE OCTUBRE EN LA VERDAD
No me gustan los cambios. Nada. Niente.
Nothing. Me gustan menos que a los de “La Voz”, que no se han mudado de ropa
hasta que a Jesús Vázquez no se le han empezado a oxidar las tachuelas de la
solapa. Menos que a la Pantoja, que ha pasado de cantar sobre los escenarios a
cantar delante del juez, del “¡Guapa!” al “¡Choriza!”, del “Que se busquen a
otra” al “Hoy quiero confesar”. No, si no me gustan los cambios en general,
cómo me va a gustar el cambio de hora: estas tardes oscuras se me antojan
tristes, tristísimas, con esa sensación en la boca del estómago de que el día
se ha acabado antes de lo previsto. Las tardes de otoño son tardes para poetas románticos; “La
tarde pide un poco de sol, como un mendigo /
y
acaso hubiera sol si estuvieras conmigo”, escribía José Ángel Buesa. Pero para mí, que
soy tan romántica como Chuck Norris con dolor de muelas, las tardes oscuras se
reducen a las ganas de darle una patada giratoria al reloj para que la agujas
vuelvan a su sitio.
Digan lo que digan, esto de atrasar el reloj
nos afecta a todos: ¿recuerdan cuando Guti llegó dos horas tarde al
entrenamiento? Y le echó la culpa al cambio de hora, al reloj del móvil y al
Meridiano de Greenwich, el tío. Pero a mí me da que nos la están metiendo
doblada, igual que Guti se la intentó colar a Florentino. Dicen que el reloj
sólo se retrasa una hora, cuando en realidad hemos retrocedido varias décadas.
Demasiadas. Se está produciendo una perturbación en el continuum espacio-tiempo
que ni la que montó Marty McFly. Al paso que vamos, “Qué tiempo tan feliz”, ”
(esa magdalena proustiana que se come la Campos porque es la única que no le
engorda) se va a convertir en un programa de actualidad. Y “Cine de barrio” en
un repaso a las últimas novedades de la cartelera. Las tardes vuelven a ser de
brasero, mesa camilla y café de recuelo; menos mal que ya queda menos para que
salga el DVD de las declaraciones de Pantoja, que viene con extras. Y mientras
la tarde cae por la ventana, pondré en bucle lo de “Yo lo veía ir mucho al juzgado pero yo no
le preguntaba, porque no éramos personas de hablar de juzgados en casa”. Y me
jartaré de reír.